Por: Luis Gerardo Martínez García.
Xalapa, Ver. 16/1172024.- Andrés Manuel López Obrador indirectamente recomendó varios Libros. Retomo uno de ellos, y aunque señalo que es una lectura necesaria, la enfatizaría como una lectura urgente: Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano.
Y es que el político cuatroteista (simpatizante, afiliado o segidor de la Cuarta Transformación) no puede caer en un pragmatismo simplista, denotando una escueta cultura Polarita. A varios de ellos, jóvenes y adultos, les he escuchado con atención en sus intervenciones como candidatos, funcionarios, legisladores o dirigentes, y corren el riesgo de reconocer sólo un corto periodo de desastre histórico nacional: el neoliberalismo de 36 años en México, dejándo en el olvido el resto de nuestra historia.
La argumentación y contra argumentación se deben basar en una educación política, histórica y geopolítica para crear una narrativa acorde al proyecto de nación que se pretende. Eso se construye con la lectura de los clásicos y el acercamiento a aquellos autores de excepción.
El autor que hoy quiero recomendar se es Eduardo Galeano, ese que en su honestidad reconocía en un tercero su categoría de “Utopía: nos sirve para seguir avanzando”.
Pues bien Eduardo Galeano nació en Uruguay en 1940. Publicó en 1971 la que para mí es su obra maestra, donde señala: “Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación. Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos”.
La reflexión es oportuna en virtud de que las transformación no se constriñe a un contexto localista; las realidades de nuestro país donde la narrativa de la Cuarta transformación trasciende son muy similares con aquellas de América Latina (o Hispanohablantes, dijeran otros): “La brecha se extiende. Hacia mediados del siglo anterior, el nivel de vida de los países ricos del mundo excedía en un cincuenta por ciento el nivel de los países pobres. El desarrollo desarrolla la des-igualdad: Richard Nixon anunció, en abril de 1969, en su discurso ante la OEA, que a fines del siglo veinte el ingreso per cápita en Estados Unidos será quince veces más alto que el ingreso en América Latina. La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas. Los países opresores se hacen cada vez más ricos en términos absolutos, pero mucho más en términos relativos, por el dinamismo de la disparidad creciente. El capitalismo central puede darse el lujo de crear y creer sus propios mitos de opulencia, pero los mitos no se comen, y bien lo saben los países pobres que constituyen el vasto capitalismo periférico”. La desigualdad es un tema urgente en la agenda de la Cuarta transformación que no disminulye con los discursos políticos, más bien con la política que les guía filosófica y cognitivamente. Una tardea que, por lo menos a esta generación de políticos les es propia.
Finalmente quiero citar a Eduardo Galeano con una idea que no debe pasar desapercibida: “No asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia. El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo. Impotente por su función de servidumbre internacional, moribundo desde que nació, el sistema tiene pies de barro. Se postula a sí mismo como destino y quisiera confundirse con la eternidad. Toda memoria es subversiva, porque es diferente, y también todo proyecto de futuro”.
Este no es un discurso nacionalista antiyanqui; es una realidad de nuestros pueblos. Y el sustento de la política cuatroteista es: “Todo con elpueblo, nada sin el pueblo”, en consecuencia, no se deben perder de vista los contextos que nos dan identidad y que por años hemos padecido a partir de un abandono histírico por parte de los políticos mexicanos inconscientes de nuestra realidades.
Hoy la esperanza está puesta en la generación de los políticos cuatriteistas. ¡Se tenía que decir, y se dijo!